El otro día, alguien reprodujo en Facebook una entrevista con el Cardenal López Rodríguez, donde él sumaba las suyas, a las inquietudes y nerviosismos - entre muchos de los cuales, me parece percibir un cierto sofocado anhelo- que ha desatado dentro de sus círculos, la designación de un nuevo embajador de Estados Unidos en República Dominicana, por ser este homosexual.
Nótese, que el coro que sigue al Cardenal se ha nutrido y ampliado en los últimos días, con los pastores evangélicos que hasta hace poco consideraban a la Iglesia Católica como la sede del Anticristo, pero que ahora se han reconocido adheridos a la cola de Satanás, en una cruzada común de sugestivas proximidades, que en el fondo son más anatómicas que espirituales.
Desde el litoral católico han llegado al extremo de proferir amenazas como “va a sufrir” “y va a tener que irse”, en el que está presente esa petulancia y presuntuosidad de mafia de matones, acostumbrados a imponerse sobre las personas, como las pezuñas del caballo de Atila, que donde pisaba no volvía a crecer la yerba.
No tengo la menor duda de que no es poco todo lo que se puede y se debe cuestionar en las relaciones Estados Unidos-República Dominicana y más aún Estados Unidos-Resto del Mundo, excluyendo al Vaticano, que cuando ha tenido que aliarse con Estados Unidos o con Inglaterra para apoyar el colonialismo, las dictaduras militares o para conspirar contra los derechos humanos, civiles, económicos y políticos, lo ha hecho sin pestañear, como cuando conformaron el muy armónico trío Reagan-Thatcher-Wojtyla.
O como cuando le sirvieron de pie de amigo a George W. Bush, a cuyo beneficio hicieron campaña desde los púlpitos -profanados por el semen derramado sobre los niños abusados- y en las calles, visto por estos ojos, que se los van a comer los gusanos, como también se van a comer los del Cardenal.
Sin embargo, entre los aspectos a discutir, no se encuentra la preferencia sexual del señor Embajador, ni los derechos que él haya tenido a bien reclamar en ejercicio de su ciudadanía y su condición humana. El tiene derecho a ser el dueño de sus sentimientos, de sus afectos y también de su propia sexualidad y tiene derecho a defenderlos.
Por desgracia, lo que disgusta a la Iglesia Católica y a sus los jerarcas religiosos -muchos de ellos tan “maricones” como cualquier transexual de los muy maltratad@s, humillad@s, perseguid@s que no tienen el escudo de una sotana- de los gringos, no es lo mucho que su gobierno tiene de criticable, sino lo mejor que su sociedad ha conquistado -sacrificada y penosamente- en términos de derechos y libertad para las mujeres, los gays y lesbianas y otras sectores.
En esa ocasión, el Cardenal se refirió textualmente a los “maricones”, una palabra que suele tener una carga peyorativa, desdeñosa, despreciativa, hiriente, burlona, usada por los promotores del odio y la discriminación, para agredir a quienes tienen preferencias sexuales diferentes, o presuntamente diferentes, a las de ellos.
Digo “presuntamente” porque resulta que dentro de la Iglesia Católica se concentra la mayor población de “maricones”, como los llama nuestro Cardenal, por centímetro cuadrado, que hay en el mundo. Me parece recordar que en el libro de David Yallop “El poder y la gloria” sobre Juan Pablo II -donde el llorado pontífice declarado beato y en camino a la santidad, resulta desmontado pieza por pieza y tornillo por tornillo- se menciona el tema, diciendo que mientras en el resto del mundo el índice de la población gay es de alrededor de un 10%, en El Vaticano es superior al 50%.
De hecho, ni siquiera en el desfile del orgullo gay de Brasil, al que acuden los “maricones” del mundo entero en una fiesta fabulosa, consigue reunir más “maricones” que los que hay dentro del Vaticano, sin contar los que andan en las sucursales de todas partes, incluyendo el trópico lujurioso, que tanto invita a concupiscencias desenfrenadas.
En busca de una ampliación de mis horizontes culturales, para gozar, y para compartir y solidarizarme con mis amigos y amigas “maricones” y “mariconas”, que son encantadores, talentosos, auténticos y valientes, estoy planeando ir al desfile brasileño del año que viene (y no perderme el dominicano, sin faltar al de Nueva York, que es de apaga y vámonos).
Voy a ver si invito para Brasil el que fuera el Nuncio Apostólico del Vaticano por años, en República Dominicana, su Eminencia ReverendísimaTimothy Broglio, y también al Sacerdote Carlos Manuel Santana, quien actualmente tiene a su cargo los asuntos relacionados con los trabajos que se realizan en la Catedral de Santiago, cuya remodelación, por cierto, se ha prolongado tanto y los gastos a cargo del Estado (aunque también tienen exprimidos a los feligreses) se han multiplicado de tal forma, que va a terminar costando más que las pirámides de Egipto, con La Esfinge y el Templo de Luxor, incluidos.
Pienso en don Timothy como compañero de viaje, porque es alguien que se parece mucho a mí. Es lo que se llama todo una “dama” en cuando al “charming”, refinamiento de modales, gracia de movimientos, apertura mental e inofensiva coquetería.
Cada vez que hablaba con el Cardenal, quedaba convaleciente ante las asperezas de la machidad atronadora de aquella inteligencia como de solar yermo, por el que a veces pasa corriendo algún puerco espín salvaje. Había que recostarlo en su primoroso chaise lounge, que según se dice, perteneció a Lucrecia Borgia y darle a oler sales aromáticas con esencia de rosas o lavanda, para que se recompusiera.
El Cardenal también salía alterado de esos encuentros, por la dulce y mullida suavidad, perturbadoramente sedosa, de este embajador esbelto y grácil, que tenía -y mantiene- su delicado aire de efebo, de los que campeaban en la corte del emperador Tiberio. Su traslado fue una verdadera pérdida y significó un retroceso en la historia de la civilización dominicana.
El actual Nuncio Apostólico, que es polaco, igual que el cura que huyó de Juncalito hace poco, después de haber violado varios niños, no tiene el sofisticado “saber estar” del añorado Broglio.
El otro candidato, el padre Carlos Manuel Santana, al que se le extravió tiempo atrás su BB, mientras conversaba con un joven, creo que dentro de La Catedral, en lo que en primeras versiones se interpretó como un robo durante una confesión; pero posteriormente, al parecer, fue consignado como un malentendido durante un encuentro informal, no tiene los depurados modales del mencionado embajador del Vaticano, pero es relativamente joven y todavía está a tiempo de aprender algunas lecciones y aceptar con ecuanimidad que hay algunos hombres que se enamoran de otros, dentro de relaciones completamente voluntarias, gratuitas y dignas, en las que ni siquiera hay que pagar nada por un poco de sexo oral -u anal- sanas actividades, estas dos últimas, amorosas y recreativas, de vetusta tradición, en torno a las que se han tejido toda clase de mitologías calumniosas, completamente infundadas.
Tal vez debía incluir en la lista de invitados para ir a ver a los “maricones” en Brasil a Jose Enrique Sued, el ex síndico de Santiago, que es una persona que cuenta con la confianza y la absoluta simpatía de la Iglesia Católica y del Cardenal y los Obispos, ya que todos andaban con él enganchados del brazo, inaugurando docenas de capillas e iglesias -sobrevaluadas y ubicadas en áreas verdes, pero ese no es el tema ahora- y en bendiciones, almuerzos y cenas, todo de la más fina categoría, pagado con el dinero del Ayuntamiento.
La idea de la invitación de estos distinguidos personajes que han tenido y tienen funciones importantes dentro de la Iglesia Católica dominicana, o se llevan muy bien con ella, es para servir de intermediaria en una familiarización entre los jerarcas y curas y gente de iglesia, por un lado, que no conocen a los “maricones”, aunque su iglesia tiene una considerable población de ellos y por otro, los “maricones” y “mariconas” que todos ven en la sociedad, en las calles y en el mundo, en los que con frecuencia son hostigados, discriminados y maltratados, a pesar de que comparten su preferencia sexual con otras personas que están de acuerdo con ellas y cuyas parejas no son niños o niñas violados o abusados.
Es bueno que el propio Cardenal, si los achaques no le permiten apuntarse para el viaje conmigo al desfile del orgullo gay en Brasil, asista aunque sea desde atrás de una ventana con cortinas, al desfile del orgullo de la comunidad de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales dominicano, para que conozca a los “maricones” y “mariconas” que podrían sentirse hasta agradecidos de que sobre ellos recaiga un nombre dicho con desprecio, pero que se ha abrillantado con la dignidad y la valentía de quienes tienen sus legítimas preferencias y sus hermosas relaciones afectivas y sexuales, con placeres, tristezas, tormentos, ternuras, pasiones, buenos y malos momentos, con el consentimiento de sus parejas.
También dentro de la Iglesia Católica hay “maricones” y “mariconas” a quienes les corresponden esos términos con los mismos brillos que le corresponderían a quienes sean bisexuales o heterosexuales y se relacionen con adultos que participan sin coacciones en los contactos e intercambios que tengan.
En realidad, a mí me gusta la palabra “maricón” y “maricona”. Tienen unas fuerzas sensoriales y unas melodías eróticas que no han sido ponderadas adecuadamente.
¡Maricón! ¡Maricona! Exclama el Cardenal y el eco responde ¡Pederastas!¡Cómplice de pederastas! ¡Asociado con ladrones! ¡Fariseos Hipócritas! ¡Desfalcadores! ¿Dónde están las facturas de la tarjeta de crédito sin límites que les regaló Baninter?¿Quién mandó a quemar la cárcel de Higüey, para que no se siguiera con el caso de los niños y niñas discapacitados, violados y abusados? Y esas sí que son palabras feas, deslucidas y sin virtudes. ¡Qué mal suenan!
Via:acento.com.do.
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